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“Piquito a secas” o cómo reír con culpa
Por Dante Galdona
Hay algo hilarante, pero de una risa algo
incómoda. Se abre el libro, unas líneas aparecen para decirnos que a
Roger Federer lo circuncidaron, una tal Josefina que algunos párrafos
después (o un libro antes, porque “Piquito a secas” tiene una
prehistoria llamada “Piquito de oro”) nos enteramos que es la pareja del
protagonista, le comenta la situación, nos dice nuestro tempranamente
entrañable protagonista.
Y la mueca aparece en la cara para instalarse a la expectativa de una sonrisa, que tiempo después es confirmada por algunas disquisiciones psicológicas, una especie de relato entre onírico y delirante. La sonrisa ya se ha transformado en una risa completa y sin atenuantes y casi sin mediar aviso sobreviene la carcajada, la expresión deforme y sobrevalorada del humor.
Pero nada es fácil en el mundo del lector de “Piquito a secas”, porque hay algo que nos avisa que no está tan bueno eso que nos pasa, y eso nos incomoda, nos golpea porque nada hay más jodido que reírse de la desgracia.
Pero el problema es evidente, ya estamos metidos en esa historia y no nos queda otra que escapar páginas adelante, retroceder no se puede (salvo cuando se termine la historia, cuando vayamos a buscar la precuela, convencidos y resignados), porque en el ansiado punto final está la solución a nuestro estado de hiena paranoide.
Así, Piquito nos lleva por los caminos de la sociología, la filosofía, el marxismo, la historia.
Es la otra voz, la extraviada y delirante, del pensamiento occidental. Es el error del marxismo, de sus lecturas, de sus relecturas, de su interpretaciones, reinterpretaciones, reinvenciones trasnochadas de burgueses neuróticos.
Piquito afronta un proceso judicial por la muerte del doctor Cianquaglini, episodio que es el elemento que acciona el entramado narrativo y la retorcida e inteligente psique del protagonista, que agoniza por momentos en un mar de impulsos de contenido mesiánico y justifica a través de la retórica marxista, bien propia de un militante convencido en el dogma pero además estudioso certero y sagaz de las experiencias prácticas, que reniega de la infantil mersa izquierdista que ataca la coyuntura sin comprender que tal accionar airea y dispersa el fétido aroma cadavérico del capitalismo en crisis.
Mientras un gobierno sea un problema, nunca el capitalismo será el enemigo, dice y piensa su verdad Piquito y gana tiempo. Intentando ganar tiempo, porque según él “se gana tiempo con la verdad, mientras llegan los cañones de una mentira más poderosa”.
Piquito el entrañable, el mantenido, el vago militante, el de los problemitas mentales, el naif, el inteligente, la voz de la verdad sin frenos inhibitorios. Un nuevo amigo del que no debemos confiarnos del todo, porque miserable e inteligente, el muy ladino nos hace reír como un amigo pero nos manipula como un psicópata acorralado. La carcajada para mearse y la culpa para el insomnio al mismo tiempo, en “Piquito a secas”, de Gustavo Ferreyra.
Y la mueca aparece en la cara para instalarse a la expectativa de una sonrisa, que tiempo después es confirmada por algunas disquisiciones psicológicas, una especie de relato entre onírico y delirante. La sonrisa ya se ha transformado en una risa completa y sin atenuantes y casi sin mediar aviso sobreviene la carcajada, la expresión deforme y sobrevalorada del humor.
Pero nada es fácil en el mundo del lector de “Piquito a secas”, porque hay algo que nos avisa que no está tan bueno eso que nos pasa, y eso nos incomoda, nos golpea porque nada hay más jodido que reírse de la desgracia.
Pero el problema es evidente, ya estamos metidos en esa historia y no nos queda otra que escapar páginas adelante, retroceder no se puede (salvo cuando se termine la historia, cuando vayamos a buscar la precuela, convencidos y resignados), porque en el ansiado punto final está la solución a nuestro estado de hiena paranoide.
Así, Piquito nos lleva por los caminos de la sociología, la filosofía, el marxismo, la historia.
Es la otra voz, la extraviada y delirante, del pensamiento occidental. Es el error del marxismo, de sus lecturas, de sus relecturas, de su interpretaciones, reinterpretaciones, reinvenciones trasnochadas de burgueses neuróticos.
Piquito afronta un proceso judicial por la muerte del doctor Cianquaglini, episodio que es el elemento que acciona el entramado narrativo y la retorcida e inteligente psique del protagonista, que agoniza por momentos en un mar de impulsos de contenido mesiánico y justifica a través de la retórica marxista, bien propia de un militante convencido en el dogma pero además estudioso certero y sagaz de las experiencias prácticas, que reniega de la infantil mersa izquierdista que ataca la coyuntura sin comprender que tal accionar airea y dispersa el fétido aroma cadavérico del capitalismo en crisis.
Mientras un gobierno sea un problema, nunca el capitalismo será el enemigo, dice y piensa su verdad Piquito y gana tiempo. Intentando ganar tiempo, porque según él “se gana tiempo con la verdad, mientras llegan los cañones de una mentira más poderosa”.
Piquito el entrañable, el mantenido, el vago militante, el de los problemitas mentales, el naif, el inteligente, la voz de la verdad sin frenos inhibitorios. Un nuevo amigo del que no debemos confiarnos del todo, porque miserable e inteligente, el muy ladino nos hace reír como un amigo pero nos manipula como un psicópata acorralado. La carcajada para mearse y la culpa para el insomnio al mismo tiempo, en “Piquito a secas”, de Gustavo Ferreyra.
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