miércoles, 2 de febrero de 2011

La nación, Doberman

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Una gran fábula negra
Dóberman, de Gustavo Ferreyra, premio Emecé 2010, transcurre en unos años noventa en que lo real y el delirio se confunden impulsados por una lengua original
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
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Una gran fábula negra
/ Miguel Acevedo Riu

Dóberman
Por Gustavo Ferreyra
Emecé
318 páginas


Por Pedro B. Rey
LA NACION

Al igual que un importante porcentaje de los humanos, Gustavo Ferreyra tiene el acto reflejo de cambiar de vereda cuando un dóberman se le cruza en el camino. Por fortuna, su condición de escritor le permite atenuar la realidad y eventualmente trastocarla. Esa intimidante raza canina -creada, según sostiene la leyenda, por un cobrador impositivo harto de los atracos- es la figura de proa de su última novela. A pesar de ello, y a diferencia de lo que ocurre en obras como Flush , de Virginia Woolf, King, de John Berger, o Cecil , de Manuel Mujica Láinez, no tiene como protagonista a un articulado perro parlanchín. Dóberman , que recibió el Premio Emecé 2010, aborda las desquiciadas desventuras y pesares de un treintañero que de chico, en el apretado monoblock en que vivía con su madre y hermana, soñaba con el éxito o, en su defecto, con ser perro para "destacar siquiera como animal".


En la novela, Joaquín Riste es de manera sucesiva, aunque discontinua, un exitoso presentador y showman , "un amo del escenario"; después, chófer del número tres de la Cancillería argentina; acto seguido, misterioso agente en una escurridiza Varsovia poscomunista y, finalmente, un lisiado (en algún momento perdió una pierna) obsesionado con las nalgas de su mucamo; pero nunca, a pesar de lo diverso de sus peripecias, deja de clasificar a sus pares en topos, conejos o dóbermans. Pertenecer a la última categoría, la más alta de todas, es su destino y no duda en ladrar para ser considerado parte de ese linaje dominador.

"Hay algo de Kafka en la novela -reconoce Ferreyra, siempre risueño, cuando se le pregunta por algunos distantes ecos del clásico checo-, algo de ´Informe para una academia´ o de ´Josefina, la cantora o el pueblo de los ratones´, pero eso se cruza con el tipo de realismo que yo ya venía cultivando en mis otros libros, y da como resultado algo bastante distinto. Los elementos de fábula negra me permiten escapar hacia otro lado, que la novela se abra a interpretaciones múltiples."

Desde la publicación de El amparo (1994) y los relatos de El perdón (1997), Ferreyra ha venido dando forma a un espacio sombrío que, en sus últimas encarnaciones, no esquiva el humor: el delirio se destaca sobre el fondo de una realidad reconocible, pero hecha migajas. El ancla histórica y política, que ya asomaba en Vértice (2004) y El director (2005), se acentúa en Piquito de oro , que transcurre en 2002, mientras se propagan los remezones del corralito, y contrapone los problemas de una familia disfuncional y la notable vorágine verbal del sociólogo desempleado que, con su apodo, le da el título a la novela. Dóberman , por su parte, se centra en los años noventa, con el fantasma de las "relaciones carnales" como telón de fondo. Consta de cuatro partes, de dos capítulos cada una, pero presenta un orden curioso: los primeros capítulos de cada parte se suceden entre sí; luego, en contrapunto, le toca el turno a los segundos.

- Dóberman transcurre durante el menemismo. ¿Hay una voluntad deliberada de explorar esa etapa, sobre la que las novelas no abundan?

-En realidad, surgió, como me pasa siempre, a medida que escribía; para ser más preciso, cuando Riste empieza a trabajar como chofer del funcionario de cancillería. Esa contraposición, con ese hombre de familia tradicional y sanisidrense, me permitía introducir otra clase de delirios, como el supuesto plan, que se vuelve evidente al final, para invadir Cuba y derrocar a Fidel Castro. Son delirios que sólo podían darse en esa época.

- Piquito de oro , publicada el año pasado, tiene como eje las consecuencias de 2001, un tema también poco explorado por la literatura.

-No me gusta tocar cuestiones políticas en tercera persona. En Piquito... , que escribí poco después de la crisis, esa inmediatez partía del discurso del personaje. Él se hace cargo de las apreciaciones sobre lo que ocurre, lo que obliga a un énfasis mayor en los datos de época. Pero al mismo tiempo, cuando quiere participar a través de la militancia, nunca llega a creer del todo en lo que está haciendo. Se ve a sí mismo como un mejilloncito adherido al peñasco. En Dóberman , el tema político está tratado de un modo más impersonal; el discurso directo sobre aquellos años está en boca del funcionario. Siempre estoy atado a algún hecho de la realidad, aunque sea de manera subjetiva. Es algo que me ayuda a bucear en los procesos de locura individual, colectiva y social. La política más inmediata fluye por esos intersticios, en la paranoia y la psicosis. La Argentina además es un país muy politizado; uno se sienta a charlar y siempre en algún momento termina por salir el tema.

-"A veces me gustan las antiguas usanzas, los viejos términos. Aunque parezca mentira suenan novedosos y hasta verdaderos. Desnudan más la realidad que la parafernalia actual, todos estos vocablos de una época que trata de ocultarse", se lee en una de sus novelas. ¿De ahí viene el uso de palabras sorprendentes, que parecían en desuso?

-Supongo que vienen de las traducciones de autores del siglo XIX. Al principio me creaban dudas, pero tampoco podía renunciar a las palabras que me parecía que cuadraban para tal o cual frase. Al mismo tiempo usaba otras, muy de nuestra época, que hace quince años no sonaban nada literarias. De todas maneras los escritores somos reacios a palabras que se usan en otros ámbitos sin problemas. ¡Víctor Hugo (Morales) dice cada palabra! A mí no se me ocurriría utilizar la palabra "majadería", pero él la usa nada menos que en un relato de fútbol... Pero es verdad que vivo abrumado por lo contemporáneo. Lo remoto y lo antiguo, más allá del lenguaje, traen una suerte de alivio. En todo lo nuevo, siempre hay algo que regresa.

-¿Por qué el tiempo es un tema tan recurrente en sus libros?

-Es que la misma novela es tiempo: el de construirla y el que ella misma construye. Para mí, la extensión de un texto es clave. No sólo por lo que se va a poner en él, sino porque permite que el lector habite el texto. Como escribo todos los días, yo también termino por habitarlo. A veces tengo más recuerdos de lo que pasó en la ficción que de lo que me pasó en la realidad.
ADNFERREYRA

Sociólogo de formación, profesor en la UBA y en un colegio de adultos, el autor de Dóberman nació en Buenos Aires en 1963. Publicó un único libro de relatos, El perdón, y otras seis novelas: El amparo (1994), El desamparo (1999), Gineceo (2001), Vértice (2004), El director (2005) y Piquito de oro (2009).