La era de la sospecha
El suyo es uno de esos nombres que vienen sonando (no tan) en secreto desde hace años, cuando libros como “El amparo”, “El desamparo” o “Gineceo” se conseguían en las librerías de saldos. Admirado por muchos de los mejores escritores locales, Gustavo Ferreyra (Buenos Aires, 1963) acaba de publicar una nueva novela, “Piquito de oro”, ambientada en la época de la poscrisis de 2001. Y Fabián Casas no sólo la leyó con devoción, sino que se anima a afirmar en este ensayo que “nuestro país es ferreyrano ontológicamente”.
Por Fabián Casas
Densidad. Para Casas, “muy pocos pueden exhibir un trabajo tan demoledor como el de Ferreyra”.
Cada vez que leo en un diario que descubren a un serial killer que se cargó a un montón de gente, me produce curiosidad la foto del asesino. Hace poco, los países nórdicos nos dieron otro caso de esos que sólo ellos pueden producir. El tipo era un profesor universitario, querido por sus alumnos y respetado por sus vecinos. En la foto del diario lucía como un hombre algo calvo, con lentes de carey y una mata de pelo rubio, rebelde sobre la frente. Nada especial. Cuando terminé de leer la novela El desamparo, de Gustavo Ferreyra, rápidamente me fijé en la foto de la solapa. Quería saber cómo era la cara del monstruo que había escrito algo tan poderoso y a la vez tan perturbador. Era un hombre joven, estaba mirando a alguien –pero no al fotógrafo– y tenía en su vestimenta una particularidad: por el cuello redondo de un pulóver violeta, sobresalía una camisa escocesa. Patrick Bateman –el american psycho amante de la moda– lo hubiera defenestrado por semejante combinación. Pero también lo hubiese perdonado con sólo hojear unas páginas de esa obra maestra que viene publicando Ferreyra desde mediados de los noventa: El amparo, El desamparo, Gineceo, Vértice, El director y ahora la reciente Piquito de oro.